Silencio



Magdalena Merlos, Los paisajes escritos



Eu estou amanhecendo.

-O resto é a implícita tragédia do homem - a minha e a sua? O único jeito é solidarizar-se? Mas "Solidariedad" contém eu sei a palavra "só".

[Quando o olhar dele vai se distanciando de Ângela e ela fica pequena e desaparece,
então o AUTOR diz:]

-Quanto a mim também me distancio de mim. Se a voz de Deus se manifesta no silêncio, eu também me calo silencioso. Adeus.


"Yo estoy amaneciendo.

-El resto es la tragedia implícita del hombre: ¿la mía y la suya? ¿La única salida es solidarizarse? Pero «solidario», lo sé, se parece a solitario.

(Cuando la mirada de él se va distanciando de Ángela y ella se hace pequeña y desaparece,
el AUTOR dice:)

-Por mi parte, también me distancio de mí. Si la voz de Dios se manifiesta en el silencio, yo también me quedo silencioso. Adiós."


De Un soplo de vida, Clarice Lispector


XI


Treinta radios convergen en el buje de una rueda,
y es ese espacio vacío lo que permite al carro cumplir su función.
Modelando el barro se hacen los recipientes,
y es su espacio vacío lo que los hace útiles.
Puertas y ventanas se abren en las paredes de una casa,
y es el espacio vacío lo que permite que la casa pueda ser habitada.
Lo que existe sirve para ser poseído.
Lo que no existe sirve para cumplir una función.


Del Tao te ching, Lao Tse


Mahmud Darwish y Cuaderno de poesía








Artículo publicado en el número de  Cuaderno de Poesía de otoño del 2008 dedicado a la diversidad lingüística.


"¿Lenguas minoritarias o comunidades minoritarias?

Hace algunos días llegaba noticia de la muerte del escritor palestino Mahmud Darwix. Darwix era, al parecer, además de gran poeta, símbolo y estandarte para su comunidad de una voz colectiva acallada. Digo al parecer, no porque ponga en duda la información que han proporcionado de manera unánime todos los medios, sino porque debo confesar, con cierto sonrojo -aunque se dan circunstancias en mi descargo de las que hablaré luego- que no había leído ninguna de sus obras. No es que desconociera su existencia. Eso tal vez podría ser una circunstancia atenuante, aunque, utilizando una metáfora jurídica, el desconocimiento de la ley no exima de su cumplimiento, sino que no había tenido el tiempo, o la voluntad o el interés de hacerlo.

Por otra parte, tampoco era del todo consciente de la existencia de Mahmud Darwix. Por fuerza, sin embargo, había debido oír algo sobre él, puesto que suelo leer los suplementos literarios de los periódicos, así como revistas especializadas, y estos días he descubierto que desde hace algunos años, y aunque de forma intermitente, ha ido apareciendo alguna que otra reseña o artículo tanto sobre su obra como sobre la condición de portavoz de su país.

Había dicho que hablaría luego de circunstancias en mi descargo, pero creo que no voy a hacerlo. No las hay. Porque creía, al comenzar el artículo, que por más que buscara, descubriría que sus traducciones al español eran escasas. Las que he encontrado, sin embargo, bastarían para que le hubiera dedicado alguna atención. Además, una de sus más reconocidas traductoras, la arabista Luz Gómez García, mantenía, desde junio pasado, un blog enteramente dedicado al poeta.


Quisiera citar aquí dos de sus entradas. En una de ellas:

¿Darwix/Darwish/Darwich?¡Darwix!

explica, desde su conocimiento fonético del árabe, por qué en español debe escribirse Darwix y no Darvish o Darwich.


En otra:
 Una voz esencial. Reseña de "El fénix mortal", por Ángel Rupérez

inserta la reseña que Ángel Rupérez realizó ya en el 2000 en el periódico El país, sobre uno de los poemarios de Darwix traducido por la propia Luz Gómez García. Dicha reseña comienza así:

Errante y desposeído palestino, Mahmud Darwix (1941) demuestra con este libro que nuestros hábitos etnocéntricos excavan alrededor tristes y penosas fosas de ignorancia. Pues resulta que El fénix mortal , su penúltimo libro, nos recuerda algo que es esencial a la poesía y que consiste en establecer fáciles y cómodos puentes entre ámbitos culturales habitualmente alejados entre sí gracias a su milagrosa capacidad de recrear las esencias humanas sin compromisos de ninguna clase con las imposturas políticas o de cualquier otro tipo.

De modo que no hay atenuante alguno. No ha sido una cuestión de falta de traducciones, sino de esa indolencia en la que resulta tan fácil instalarse, de esos hábitos etnocéntricos a los que alude Ángel Rupérez y a los que, los que leemos poesía, creemos no estar sujetos. Sin embargo, casualmente, ¿cuáles son los últimos libros de poesía traducida que he leído? Cito algunos: Jack Kerouac, del inglés, Jorie Graham, del inglés, Issa Kobayashi, del japonés, Adam Zagakewski, del polaco. Vaya, sólo uno no pertenece ni a una lengua ni a una comunidad poderosa. Aún así, su comunidad de procedencia no deja de estar integrada en otra que sí es poderosa y de cuyos recursos su cultura puede aprovecharse para ser promocionada.

Así pues, la traducción, aun siendo imprescindible, no es lo prioritario en la recepción de la poesía del otro. Importa también, y sobre todo, la superación de los ya mencionados hábitos etnocéntricos y de esa actitud indolente -y difícil de erradicar por lo arraigada e inconsciente- ante lo que no aparece revestido con uno u otro brillo de poder del signo que sea.

Visitando hace poco el nuevo e interesante museo que se ha construido en Praga dedicado a Kafka, me preguntaba qué hubiera sido de su obra de no haber estado escrita en alemán. No se trata ya de la célebre anécdota, según la cual la más grande de las traiciones resultó en la más grande de las lealtades al no haber destruido -tal como Kafka le había pedido- su amigo y albacea, Max Brod, los manuscritos que antes de morir le entregara, sino de cuándo se le hubiera descubierto de haber estado su obra escrita en checo. Por suerte para sus lectores, Kafka pertenecía a la comunidad alemana que constituía una parte importante de la población de la capital checa. Si hubiera pertenecido a la comunidad checa y escrito en checo, ¿se hubieran conservado sus manuscritos? ¿habríamos llegado siquiera a conocer su existencia?

En marzo de 2005 el periódico New York Times, en un artículo dedicado a la brasileña Clarice Lispector, la calificaba de " la Kafka " de la literatura latinoamericana. Dicha afirmación sería muy discutible, no desde el punto de vista de su calidad literaria, sino desde el de la estructura y textura de su discurso e incluso desde el posicionamiento de cada uno en la escritura.

Nacida en 1920 en Ucrania y emigrada a Brasil, Clarice Lispector escribió siempre en portugués en un momento en que, como señalaba en 1988 en la revista Quimera, la entonces directora del Centro de Estudos Brasileiros de Barcelona, Gilda Oswaldo Cruz, ser mujer, inmigrante, judía y brasileña era, seguramente, jugar con desventaja. Lo significativo es que, si ahora parece que las tres primeras características ya no deberían impedir la difusión que su inclasificable y magnífica obra merece, probablemente sea su pertenencia a una lengua y una comunidad todavía no lo suficientemente poderosas, lo que esté ralentizando esa difusión.

Su escritura, prosa lírica, fragmentaria a veces, resuelta en movimientos helicoidales otras, sería comparable -y quizá la superaría- a la de escritoras de la talla de Marguerite Duras (cuya estética y sensibilidad estarían más cercanas que la de un autor como Kafka). Su conocimiento y reconocimiento, siguen siendo, sin embargo, aún muy inferiores a los obtenidos por la escritora francesa. ¿Puede influir el hecho de que en el imaginario occidental todavía la francesa sigue siendo la lengua de la cultura y la brasileño-portuguesa la de la samba?

El caso de Darwix, en este sentido, ejemplificaría la repetición de lo sucedido, o de lo susceptible de suceder, con otros escritores, en otras circunstancias históricas y políticas, al tiempo que evidenciaría que, aún hoy, la recepción de una obra literaria, no depende tanto de su traducción, aunque, como ya he señalado, sea éste un paso indispensable, como de las posibilidades de difusión de la cultura a la que pertenece y de la superación de los prejuicios del receptor acerca de la misma.


Isabel Mercadé (*)


(*) Profesora de Esade - Univ. Ramón Llull
Colaboradora con artículos, reseñas y ensayos en diversas revistas culturales, tanto digitales como impresas, de ámbito nacional e internacional.
Miembro del consejo de redacción de la revista InterteXto de la Universidade Federal do Triângulo Mineiro de Brasil.
Como estudiosa de C. Lispector, ha realizado conferencias sobre su obra en diversas instituciones, entre ella la UPF de Barcelona.
Autora de la idea, guión y adaptación del montaje teatral "Va de dones" representado en 2007 en el SAT Teatre de Barcelona. "


¿Dónde?



I.M., Intento rendir homenaje a E. Hopper

¿Dónde está el borde afilado que buscamos? ¿Dónde la boca abierta?-
la aspereza genuina - el halo dilatado-
brillando exageradamente-
deslumbrando a las serenas filosofías-

Where is the sharp edge that we seek? Where the open mouth?-
the true roughness - halo distended -

glittering with exaggeration-

dazzling the still philosophies-


Jorie Graham, La errancia (Fragmento)

Julián Jiménez Heffernan, traducción






Antígona Zaragoza Balcanes - Si un árbol cae







Si un árbol cae es un espléndido relato de un viaje, de una aproximación honesta y lúcida a una de las situaciones más terribles que ha vivido la vieja Europa y ante la que muchos, medio cerramos los ojos, o medio los abrimos en exceso, inútilmente, aturdidos por la incomprensión, la perplejidad o la impotencia. Pero si queréis entender algo de lo que pasó, de veras os recomiendo que os acerquéis con Isabel Núñez al relato de esa guerra que ella ha recogido a través de las entrevistas y las reflexiones que le entregaron los escritores que la padecieron.

Isabel presentará el jueves 12, pasado mañana, su libro en Zaragoza, en la librería Antígona. Os aseguro que vale la pena oírla. Aquí tenéis toda la información.




Isabel Núñez

Otra debilidad


He estado a punto de caer en la tentación de explicarme. Pero he logrado resistirme...



Magritte, Le plaisir o Niña comiendo un pájaro


T'estim i t'estimaré

Letra: Antoni Mus

Música: Antoni Parera Fons

Intérprete: Juan Manuel Serrat (lástima del último eee)






Quan no queda res a dir
quan ja és fosa la neu
quan girem els ulls a Déu
pregant pel nostre patir.

Quan els arbres despullats
perdudes totes les fulles
quan ens punxen com agulles
els rostolls dels camps segats.

Quan la brasa es torna cendra
quan el gos dorm ajupit
quan la vida ja no és tendra
i ens fa mal dintre del pit.

Quan perque canti millor
treuen els ulls al pinsà
quan se'n riuen de l'amor
com tu, com tu, com tu,
que no saps estimar.

Jo, amor, encara sent
dintre meu anguniós
amb la força d'un gran vent
el sentiment tan hermós.

Que en un dia ja llunyà
va néixer com un no-res
amb la carícia d'un bes
en una estreta de mà.

T'estim i t'estimaré
malgrat aquesta tardor
que per tu ara esdevé
i posseeix nostre amor.

T'estim i t'estimaré
t'estim,
i t'estimaré,
t'estim, t'estim...
i t'estimaré.


Cuando ya no hay nada que decir
cuando ya la nieve se ha fundido
cuando volvemos los ojos al cielo
suplicando por nuestro dolor.

Cuando los árboles desnudos
perdidas todas las hojas,
cuando los rastrojos de campos segados
se nos clavan como agujas.

Cuando la brasa se hace ceniza
cuando duerme el perro humillado
cuando la vida ya no es tierna
y dentro, duele el pecho.

Cuando para que cante mejor
al pinzón le arrancan los ojos
cuando se ríen del amor
como tú, como tú, como tú,
que no sabes amar.

Yo, amor, siento aún
tan intenso, angustioso
con la fuerza de un gran viento
aquel sentimiento hermoso.

Que un día ya lejano
nació, como si fuera nada
como la caricia de un beso
como un estrechar las manos.

Te amo y te amaré
a pesar de este otoño
que por ti ahora se anuncia
y posee nuestro amor.

Te amo y te amaré,
te amo y te amaré,
te amo, te amo...
y te amaré.


Lo obvio


"-¿Qué es agosto?
El sol sube. La sangre se retira del agua azul.
-A veces el océano me recuerda a un enorme perro azul -dice Faye, mirando el mar.
(...)
Julie acaba de levantar la mirada:
-¿Qué has dicho?
Faye la mira, impávida, y niega con la cabeza.
-Estabas hablando de poesía. -Julie sonríe y le toca la mejilla a Faye.
Faye enciende un cigarrillo en medio del viento.
-Nunca me ha gustado. Da demasiadas vueltas. Incluso cuando me gusta no es más que una manera retorcida de decir algo obvio, creo yo.
Julie sonríe. Hay una separación entre sus incisivos.
-Bravo-dice-. Pero piensa que hay realmente poquísima gente que tenga el instrumental necesario para tratar con lo obvio.

(...)

Di que el único sentido que tiene el amor es intentar meter los dedos por los agujeros de la máscara del amante. Llegar a agarrar de alguna manera esa máscara.

(...)

¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas del mar? ¿De nuestro mar al amanecer, de cómo nos gustaba? Nos gustaba porque era como nosotras, Faye. Aquel océano era obvio. Todo el tiempo estábamos buscando algo obvio. (...). El mar sólo es mar cuando se mueve -susurra Julie-. Las olas son lo que distingue al mar de un charco muy grande. El mar no es nada más que sus olas. Y todas las olas del mar terminan chocando con lo que ellas mismas empujan y rompiendo. Todo lo que estábamos mirando durante todo el tiempo que estuviste haciendo preguntas era obvio. Era obvio y era un poema porque éramos nosotras. Mira esa clase de cosas, Faye."


David Foster Wallace, de Animalitos inexpresivos en La niña del pelo raro








Darwin en Madrid




Es Joaquín Mª Aguirre, editor de la ahora ya veterana revista de estudios literarios Espéculo, y una de las personas de nuestro país que más sabe acerca de la creación y el aprendizaje en los medios digitales -y no sólo, como expliqué en otro lugar- quien lo organiza.


Ésta será la conferencia inaugural:




En cuanto al resto de actividades, aquí Darwin en la ficción encontraréis toda la información.

Redescubrimiento



"Su alma se estaba tumefactando y cuajándose en una masa grasienta que se iba hundiendo llena de obscuro terror en un crepúsculo amenazador y sombrío; y, mientras tanto, aquel cuerpo suyo, laxo y deshonrado, buscaba con ojos torpes, huérfano, humano y conturbado, un dios bovino en quien poder fijar la mirada.

(...)

El lenguaje en que estamos hablando ha sido suyo antes que mío. ¡Qué diferentes resultan las palabras hogar, Cristo, cerveza, maestro, en mis labios y en los suyos! Yo no puedo pronunciar o escribir esas palabras sin sentir una sensación de desasosiego. Su idioma, tan familiar y tan extraño, será siempre para mí un lenguaje adquirido. Yo no he creado esas palabras, ni las he puesto en uso. Mi voz se revuelve para defenderse de ellas. Mi alma se angustia entre las tinieblas del idioma de este hombre.

(...)

No es eso, de ninguna manera. Yo quiero estrechar entre mis brazos la belleza que todavía no ha venido al mundo."


















De Retrato del artista adolescente, James Joyce






Otoño





Jackson Pollock, Autumn Rhythm Number 30







Brasil, Kaurismäki


Me van a permitir este momento de debilidad. Es que "eu adoro ------ "








Confiado animal





I.M.


Despedida

La carne, que envejeció muy bien conmigo,
la mano rugosa, que sostuvo fresca la mía,
ha de quedarse sobre el pálido muslo,
rejuvenecerse la carne, por un instante,
para que así venga más rápido el derrumbe en ella,
rápido llegan las arrugas, casi sanas,
y todo sobre la rígida musculatura.

No ser amada. El dolor podría ser aún
mayor, se siente muy bien, toca a la puerta.
Pero la carne, con su línea abierta en la rodilla,
las arrugadas manos, todo ello sobrevino de noche,
el curtido omóplato, donde ya no crece ningún verde,
donde alguna vez se mantuvo oculto un rostro.

Avejentada en cien años, en un solo día,
el confiado animal fue llevado bajo latigazos
a su armonía preestablecida.

Traducción de Bruno Onetto





Ingeborg Bachmann



Hableyso




Manzana mística, I.M.



Durante todo el día han estado sucediendo cosas extrañas. Todas, todas las conversaciones que he mantenido, en presencia, telefónicas, blogueras, tenían en su contenido y/o su forma una especie de marcas, indicios, señales, que remitían unas a otras, interconectadas y apuntando a la vez a algo que iba más allá, a ese mundo del que todo lo ignoramos y que, aún así, algunos se empeñan en negar (yo, ante la duda, prefiero la duda) en nombre de una evidencia científica que, precisamente, ha ido demostrando la existencia de lo que antes se negaba sólo por su invisibilidad o nuestra capacidad de entender.

La última de estas coincidencias, o sincronías, o señales, se ha dado con Mariel, pero antes se había dado con Bel, la otra Bel -gracias a ella y a un pequeño desencuentro que tuvimos a causa de la coincidencia de nombres y alguna que otra de esas enigmáticas simultaneidades que el tiempo regala a veces y que producen un cierto escalofrío no desagradable, me puse la M., la primera letra de mi apellido, en el perfil del blog- y aún antes se había dado con Blanca, y antes con M. y con S. y con..., pero la de Mariel parecía la última -y otra circunstancia no menos intrigante, es que haya pasado con estas tres nuevas amigas blogueras quienes, por cierto, han sido, junto a otros, un inesperado regalo de este difícil verano, como si su llegada correspondiera también a algún tipo de designio- hasta que he tenido que escribir la palabra para que el comentario se publique. La palabra era "hableyso". Entonces casi he gritado ¡¿qué?! ¿¡qué!? ¿Qué tengo que hablar? ¿Qué es lo que tengo que decir?

Algo que me he prohibido, algo que tal vez se esté pudriendo, el tiempo pasa, algo que tal vez me esté pudriendo, el tiempo pasa y la mudez, que no el silencio, la mudez tal vez esté pudriendo las palabras.

¿Tal vez decir mi nombre?

Mi nombre es Isabel Mercadé y es a Isabel Núñez, la otra Bel, a quien le debo el estar aquí diciéndolo. Y también, de alguna manera, a Blanca Andreu, aunque ella no lo sabe, por un apunte que hizo una vez, como al azar, sobre el blog y decir el nombre. Y ahora, además, a El objeto a que, para subrayar el día, acaba de dejar su reflexión sobre el valor que no se tiene, ¿o sí?. Y finalmente, a Stalker, de quien he descubierto, hoy precisamente, en la primera entrada de las amapolas, un hermoso comentario sobre el nombre que nos dice.

¿Tal vez decir mi palabra?

"Y sólo una palabra basta para que todo viva en una alegría desconocida sin él".

Ésta es una de las últimas frases que escribí en mi cuaderno de escribir lo que quiero decir cuando no quiero decírselo a nadie. ¿O tal vez sí? Tal vez sí quiera decírselo a alguien, quería decir. Y se lo debo a la mano de I.M., o de Bel, que inconscientemente (pues no me he dado cuenta hasta que lo he visto aquí, al lado del teclado) se ha alargado para cogerlo.





¿Tal vez decir mi palabra y mi nombre?









Inuit, la dulce Inuit, que ha optado no sé si por el silencio o la mudez, se alegraría.








La madre




Hojeando el periódico, descubro que la televisión pública de Barcelona va a emitir esta noche “The mother”. Tengo la impresión de que la crítica pasó de puntillas por esta película. Ante tanta realidad, ni siquiera tuvieron la generosidad de proporcionarle, al menos, el regalo del escándalo. Incluso esos atrevidos traductores que pueden convertir un título en cualquier otra cosa, en este caso ni osaron decir “La madre” y, cerrando los ojos –tal vez así lograrían no ver-, optaron por el original “The mother”.

No sé si la película es buena. Yo misma enmudecí tras su visionado. Pero sí estoy segura de que es necesaria, y muchas más que, como ella, aborden este tema. ¿Y cuál es? El deseo… en una mujer, madre y abuela, que ha superado con creces los sesenta.

El deseo de una mujer invisible, que esta película obliga a ver -y sólo a través de la mirada es que los seres ven certificada su existencia-. Esta mujer, nos dicen su director, Robert Michell, y su guionista, Hanif Kureishi, y los actores, Anne Raid y Daniel Craig, existe. No es nadie.

¿Cuántas novelas, poemas, películas abordan ese tema en un hombre? -“Desgracia”, por citar una reciente-. ¿Y no se deshacen en elogios los críticos de cómo es tratado con delicadeza y lucidez y cómo el deseo bla, bla, bla?

¿Cuántas novelas, poemas, películas lo hacen sobre una mujer? Quizá porque conozco tan bien su obra, sólo recuerdo ahora mismo una, el cuento “La búsqueda de la dignidad”, de ella, claro, Clarice Lispector:

Por fuera –vio en el espejo- ella era una cosa seca como un higo seco. Pero por dentro no estaba seca. Todo lo contrario. Parecía, por dentro, una encía húmeda, blanda, como una encía desdentada.
Entonces procuró un pensamiento que la espiritualizara o que la secara de una vez. Pero nunca había sido espiritual. Y a causa de Roberto Carlos ella estaba envuelta en las tinieblas de la materia, donde era profundamente anónima.
De pie en el baño era tan anónima como una gallina.
En una fracción de fugitivo segundo casi inconsciente vislumbró que todas las personas son anónimas. Porque nadie es el otro y el otro no conoce al otro. Entonces, entonces cada uno es anónimo. Y ahora estaba enredada en aquel pozo hondo y mortal, en la revolución del cuerpo. Cuerpo cuyo fondo no se veía y que era la oscuridad de las tinieblas malignas de los instintos vivos como lagartos y ratones. Y todo fuera de época, fruto fuera de estación. ¿Por qué las otras viejas no la habían avisado (…)?
(...)
Y ella vivía como si también fuese alguien, ella que no era nadie.
La señora de Jorge B. Xavier era nadie.








Desechos





La imagen está tomada de Internet, de autor desconocido.




"Mary Douglas señala que la basura es un producto secundario de un sistema de orden. Las sobras son rechazadas en el proceso de clasificación, en su calidad de elementos que están fuera de lugar. Douglas sostiene que si nos fijamos en lo que se considera basura podremos empezar a entender e identificar el sistema que la ha rechazado.

Para comprender por qué algo ha sido desechado tenemos que reconstruir un cuadro de los sistemas de significación que están detrás de la decisión de excluir del sistema ese objeto."

David Crou, No te creas una palabra (una introducción a la semiótica)




Sobre la tala de árboles en Barcelona


Acercanza



El sol y el ruido
como plomo en la lengua
sin tu acercanza.


I.M.



Este haiku ha sido mi pequeña contribución, en la
nave prodigiosa de Fernando Valls, para acercanza, la hermosa palabra que nos propone rescatar.

¿Cómo?, pinchar
aquí. Y su e-mail lo encontraréis aquí.














Ute Lemper, Youcali


Mirar





Musée des Beaux Arts

Acerca del dolor jamás se equivocaron
los antiguos maestros. Y qué bien entendieron
su función en el mundo. Cómo llega
mientras alguno cena o abre la ventana
o nada más camina sin objeto.
Cómo, mientras los viejos aguardan reverentes
el milagroso Nacimiento, habrá siempre
niños sin mayor interés en lo que ocurre,
patinando
en el estanque helado a la orilla del bosque.

No olvidaron jamás
que el eterno martirio ha de seguir su curso,
irremediablemente, en sórdidos rincones,
donde viven los perros su perra vida
y la yegua del verdugo se rasca
las inocentes grupas contra un árbol.

Por ejemplo, en el Icaro de Brueghel:
con qué serenidad
todo parece lejos del desastre.
El labrador oyó seguramente
el rumor de las aguas y el grito inconsolable.
Pero el fracaso no lo conmovió:
brillaba el sol como brilló en el cuerpo blanco
al hundirse en las aguas verdes.

Y la elegante y delicada nave
debió haber visto lo inaudito:
la caída de un niño que volaba.
Pero el barco tenía un destino
y siguió navegando en calma.




Traducción de José Emilio Pacheco



W. H. Auden


Mishima


"El primer encuentro entre nuestro mundo interior y el lenguaje enfrenta algo totalmente individual con algo universal. Es también la ocasión para que un individuo, refinado por lo universal, por fin se reconozca. El quinceañero estaba más que familiarizado con esta indescriptible experiencia interior. Porque la desarmonía que sentía al encontrar una nueva palabra también le hacía sentir una emoción desconocida. Lo ayudaba a mantener una calma exterior incompatible con su juventud. Cuando una cierta emoción se apoderaba de él, la desarmonía que despertaba lo llevaba a recordar los elementos de la desarmonía que había sentido antes de la palabra. Recordaba entonces la palabra y la usaba para nombrar la emoción que tenía ante sí. El muchacho se hizo práctico en disponer así de las emociones. Fue así como conoció todas las cosas: la "humillación", la "agonía", la "desesperanza", la "execración", la "alegría del amor", la "pena del desamor".
Le hubiera sido fácil recurrir a la imaginación. Pero el muchacho dudaba en hacerlo. La imaginación necesita una clase de identificación en la que el ser se duele con el dolor de los demás. El muchacho, en su frialdad, no sentía nunca el dolor de los demás. Sin sentir el menor dolor se susurraba: "Eso es dolor, es algo que conozco".
Era una soleada tarde de mayo. Las clases se habían acabado. El muchacho caminaba hacia la sede del Club Literario para ver si había alguien allí con quien pudiera hablar camino a casa. Se encontró con R, quien le dijo:
-Estaba esperando que nos encontráramos. Charlemos.
Entraron al edificio estilo cuartel en el que los salones de clase habían sido divididos con tabiques para alojar los diferentes clubes. El Club Literario estaba en una esquina del oscuro primer piso. Alcanzaban a oír ruidos, risas y el himno del colegio en el Club Deportivo, y el eco de un piano en el Club Musical. R. metió la llave en la cerradura de la sucia puerta de madera. Era una puerta que aún sin llave había que abrir a empujones.
El cuarto estaba vacío. Con el habitual olor a polvo. R entró y abrió la ventana, palmoteó para quitarse el polvo de las manos y se sentó en un asiento desvencijado.
Cuando ya estaban instalados el muchacho empezó a hablar.
-Anoche vi un sueño en colores.
(El muchacho se imaginaba que los sueños en colores eran prerrogativa de los poetas).
-Había una colina de tierra roja. La tierra era de un rojo encendido, y el atardecer, rojo y brillante, hacía su color más resplandeciente. De la derecha vino entonces un hombre arrastrando una larga cadena. Un pavo real cuatro o cinco veces más grande que el hombre iba atado a su extremo y recogía sus plumas arrastrándose lentamente frente a mí. El pavo real era de un verde vivo. Todo su cuerpo era verde y brillaba hermosamente. Seguí mirando el pavo real a medida que era arrastrado hacia lo lejos, hasta que no pude verlo más... Fue un sueño fantástico. Mis sueños son muy vívidos cuando son en colores, casi demasiado vívidos. ¿Qué querría decir un pavo real verde para Freud? ¿Qué querría decir?
R no parecía muy interesado. Estaba distinto que siempre. Estaba igual de pálido, pero su voz no tenía su usual tono tranquilo y afiebrado, ni respondía con pasión. Había aparentemente escuchado el monólogo del muchacho con indiferencia. No, no lo escuchaba.
El afectado y alto cuello del uniforme de R estaba espolvoreado de caspa. La luz turbia hacía que refulgiera el capullo de cerezo de su emblema de oro, y alargaba su nariz, de por sí bastante grande. Era de forma elegante pero un tris más grande de lo debido, y mostraba una inconfundible expresión de ansiedad. La angustia de R parecía manifestarse en su nariz.
Sobre el escritorio había unas viejas galeras cubiertas de polvo y reglas, lápices rojos, laca, volúmenes empastados de la revista de los egresados y manuscritos que alguien había empezado. El muchacho amaba esta confusión literaria. R revolvió las galeras como si estuviera ordenando las cosas a regañadientes, y sus dedos blancos y delgados se ensuciaron con el polvo. El muchacho hizo un gesto de burla. Pero R chasqueó la lengua en señal de molestia, se sacudió el polvo de las manos y dijo:
-La verdad es que hoy quería hablar contigo de algo.
-¿De qué?
-La verdad es... -R vaciló primero pero luego escupió las palabras-. Sufro. Me ha pasado algo terrible.
-¿Estás enamorado? -preguntó fríamente el muchacho.
-Sí.
R explicó las circunstancias. Se había enamorado de la joven esposa de otro, había sido descubierto por su padre, y le habían prohibido volver a verla. El muchacho se quedó mirando a R con los ojos desorbitados. "He aquí a alguien enamorado. Por primera vez puedo ver el amor con mis ojos". No era un bello espectáculo. Era más bien desagradable.
La habitual vitalidad de R había desaparecido; estaba cabizbajo. Parecía malhumorado. El muchacho había observado a menudo esta expresión en las caras de personas que habían perdido algo o a quienes había dejado el tren. Pero que un mayor tuviera confianza en él era un halago a su vanidad. No se sentía triste. Hizo un valeroso esfuerzo por asumir un aspecto melancólico. Pero el aire banal de una persona enamorada era difícil de soportar.
Por fin halló unas palabras de consuelo.
-Es terrible. Pero estoy seguro que de ello saldrá un buen poema.
R respondió débilmente:
-Este no es momento para la poesía.
-¿Pero no es la poesía una salvación en momentos como este?
La felicidad que causa la creación de un poema pasó como un rayo por la mente del muchacho. Pensó que cualquier pena o agonía podía ser eliminada mediante el poder de esa felicidad.
-Las cosas no funcionan así. Tú no comprendes todavía.
Esta frase hirió el orgullo del muchacho. Su corazón se heló y planeó la venganza.
-Pero si fueras un verdadero poeta, un genio, ¿no te salvaría la poesía en un momento como este?
-Goethe escribió el Werther -respondió R- y se salvó del suicidio. Pero sólo pudo escribirlo porque, en el fondo de su alma, sabía que nada, ni la poesía, lo podría salvar, y que lo único que quedaba era el suicidio.
-Entonces, ¿por qué no se suicidó Goethe? Si escribir y el suicidio son la misma cosa, ¿por qué no se suicidó? ¿Porque era un cobarde? ¿O porque era un genio?
-Porque era un genio.
-Entonces...
El muchacho iba a insistir en una pregunta más, pera ni él mismo la comprendía. Se hizo vagamente a la idea de que lo que había salvado a Goethe era el egoísmo. La idea de usar esta noción para defenderse se apoderó de él.
La frase de R, "Tú no comprendes todavía", lo había herido profundamente. A sus años no había nada más fuerte que la sensación de inferioridad por la edad. Aunque no se atrevió a pronunciarla, una proposición que se burlaba de R había surgido en su mente: "No es un genio. Se enamora".
El amor de R era sin duda verdadero. Era la clase de amor que un genio nunca debe tener. R, para adornar su miseria, recurría al amor de Fujitsubo y Gengi, de Peleas y Melisande, de Tristán e Isolda, de la princesa de Cleves y el duque de Némours como ejemplos del amor ilícito.
A medida que escuchaba, el muchacho se escandalizaba de que no había en la confesión de R ni un solo elemento que no conociera. Todo había sido escrito, todo había sido previsto, todo había sido ensayado. El amor escrito en los libros era más vital que éste. El amor cantado en los poemas era más bello. No podía comprender por qué R recurría a la realidad para tener sueños sublimes. No podía comprender este deseo de lo mediocre.
R parecía haberse calmado con sus palabras, y ahora empezó a hacer un largo recuento de los atributos de la muchacha. Debía de ser una belleza extraordinaria, pero el muchacho no se la podía imaginar.
-La próxima vez te muestro su retrato -dijo R. Luego, no sin vergüenza, terminó dramáticamente-: Me dijo que mi frente era realmente muy hermosa.
El muchacho se fijó en la frente de R, bajo el pelo peinado hacia atrás. Era abultada y la piel relucía débilmente bajo la luz opaca que entraba por la puerta; daba la impresión de que tenía dos protuberancias, cada una tan grande como un puño.
-Es un cejudo -pensó el muchacho. No le parecía nada hermoso. "Mi frente también es abultada", se dijo. "Ser cejudo y ser bien parecido no son la misma cosa".
En ese momento el muchacho tuvo la revelación de algo. Había visto la ridícula impureza que siempre se entremete en nuestra conciencia del amor o de la vida, esa ridícula impureza sin la cual no podemos sobrevivir ni en ésta ni en aquél: es decir, la convicción de que el ser cejijuntos nos hace bellos.
El muchacho pensó que también él, quizás, de un modo más intelectual, estaba abriéndose camino en la vida gracias a una convicción parecida. Algo en ese pensamiento lo hizo estremecerse.
-¿En qué piensas? -preguntó R, suavemente, como de costumbre.
El muchacho se mordió los labios y sonrió. El día se estaba oscureciendo. Oyó los gritos que llegaban desde donde practicaba el Club de Béisbol. Percibió un eco lúcido cuando una pelota golpeada por bate fue lanzada hacia el cielo. "Algún día, tal vez, yo también deje de escribir poesía", pensó el muchacho por primera vez en su vida. Pero todavía le quedaba por descubrir que nunca había sido poeta. "


De El muchacho que escribía poesía (fragmento), Yukio Mishima











Fantasías de Mishima

Heaven stood still

Y ahora más, nunca más.




















Hasta pronto.

Time

Time feels so vast that were it not
For an Eternity -
I fear me this Circumference
Engross my Finity -

To His exclusion, who prepare
By Processes of Size
For the Stupendous Vision
Of His diameters -



Da la sensación de ser vasto el Tiempo, que si no fuera
Por una Eternidad -
Temo que esta Circunferencia
Mi Finitud absorba -

De Su exclusión, quien se prepare
Por los Procesos del Tamaño
Para la Gran Visión
De Sus diámetros -

Emily Dickinson

Temps


Il n'y a pas d'amour heureux


Rien n'est jamais acquis à l'homme, ni sa force
Ni sa faiblesse, ni son coeur. Et quand il croit
Ouvrir ses bras, son ombre est celle d'une croix
Et quand il croit serrer son bonheur, il le broie
Sa vie est un étrange et douloureux divorce

Il n'y a pas d'amour heureux

Sa vie, elle ressemble à ces soldats sans armes
Qu'on avait habillés pour un autre destin
A quoi peut leur servir de se lever matin
Eux qui 'on retrouve au soir désoeuvrés incertains
Dites ces mots " Ma vie " et retenez vos larmes

Il n'y a pas d'amour heureux

Mon bel amour, mon cher amour, ma déchirure
Je te porte dans moi comme un oiseau blessé
Et ceux-là sans savoir nous regardent passer
Répétant après moi les mots que j'ai tressés
Et qui, pour tes grands yeux, tout aussitôt moururent

Il n'y a pas d'amour heureux

Le temps d'apprendre à vivre il est déjà trop tard
Que pleurent dans la nuit nos coeurs à l'unisson
Ce qu'il faut de malheur pour la moindre chanson
Ce qu'il faut de regrets pour payer un frisson
Ce qu'il faut de sanglots pour un air de guitare

Il n'y a pas d'amour heureux

Il n'y a pas d'amour qui ne soit à douleur
Il n'y a pas d'amour dont on ne soit meurtri
Il n'y a pas d'amour dont on ne soit flétri
Et pas plus que de toi l'amour de la patrie
Il n'y a pas d'amour qui ne vive de pleurs

Il n'y a pas d'amour heureux
Mais c'est notre amour à tous deux

Louis Aragon


Tiempo


El asfalto se derrite al sol bajo una rueda estrecha
de bicicleta y gritan los pájaros en los árboles del
camino
(con cerezas, verdes y duras).
¿Serás capaz de perdonar?
Quizá en los negros bosques aún vivían lobos.
El trigo era verde, se reían las alondras,
debajo tenían la frágil gloria de las amapolas,
iglesias de madera, capillas
donde las flores silvestres se convertían en hierbas,
el agua de una pequeña fuente olía a promesa.
Y al fin el destino de la expedición, una colina
con una torre de triangulación, paralizada
en la tierna observación de un cielo claro.
¿Serás capaz de perdonarle al tiempo
esta vileza, esta traición?

Frágil gloria de las amapolas, Adam Zagajewski



Cumpleaños, narcisismo, gratitud y limonada


No sé ni por dónde empezar. Sí, hoy hace un año que nació este sitio. Para mí ha sido un lugar donde mirarme y ser mirada. Lo de mirar vino antes, y también después. En cualquier caso, la mirada es básicamente lo que aquí se juega. Y yo lo he sido mucho, muchísimo, tanto, que ha superado con creces mis expectativas. Y después de la mirada han llegado susurros, confidencias y lazos que se han ido anudando y que ahora parecen entrañables y mucho más antiguos. Y muchos, muchos gestos de generosidad, de simpatía, de manos tendidas en el momento justo. No tengo ni siquiera aquí, en este infinito espacio virtual, lugar para recordarlos todos. Pero todos lo sabéis o, por lo menos, he hecho lo posible para señalarlos en su momento, para que supiérais que lo sabía. Y ahora sólo quiero deciros gracias, muchas gracias a todos, por todo.

También hace algunos días, recibí el último de los muchos premios virtuales que habéis tenido la generosidad de entregarme. Se trata del premio Limonada que me llega desde Chile de manos de mi querido Horacio Lobosluna y que se entrega "a blogs que muestren gran actitud y/o gratitud". Ya sé que la definición no está clara, pero, ¿qué importa?. Yo lo he recogido con mucho gusto y, tal como ordena el canon, voy a entregarlo a cinco amigos más. Y voy a hacerlo con gran alegría porque, por fin, no lo han recibido antes o al mismo tiempo que yo. Sé que a algunos no les gusta seguir este pequeño ritual, así que, sin ningún compromiso, queridos míos, el carrito de limonada es para: Alfaro 1 y 2 , Daniel Damián, Conde de Galcerán, Marisa de la Peña, Goliardo y Ani Bustamante con todo mi cariño.

No sólo he recibido miradas, premios e innumerables gestos de amistad, sino incluso bellísimos poemas y hasta un cuento pensado para mí. Y puesto que en su momento cometí la grosería de no traerlos aquí, espero me sea ahora perdonada con este intento de reparación.



De Rosa Bruch, desde su June

I.M.

A BEL

Con los ojos hacia dentro,
y hacia afuera,
siembra y recolecta
letras templadas, heridas
entre cerebro y corazón.

Sus dedos teclean
tentando al alfabeto.
Vuelta atrás,
corrigen, y esperan,
reescriben y siguen
esperando...

Entonces, llega el compás
para la nota precisa, palabra
entre el polvo de la razón,
y la ceniza del sentimiento.

Es el momento:

la física confirma que,
a pesar del error,
la teoría de las cuerdas
se cumple:

Vibración armónica se disuelve
en cantos por los campos
de abiertas amapolas.

Eso suele suceder, en octubre



De Marisa de la Peña, desde sus Papeles de Claudia


M.P.

A mi querida Bel, que llegó con sus amapolas de octubre un frío día de invierno... Y me trajo a Mertxe y a Graciela.

Si alguna vez, al borde del camino,
te sentaras, cansada y solitaria,
sedienta de un momento irrepetible
y te llega un aroma de amapolas
suave, dulce, profundo y penetrante,
sabrás que ella está allí...

Con su presencia cálida y serena
envolverá tu mundo,
porque las amapolas en octubre,
conocen el secreto
que guardan los jardines,
y las fuentes sonoras,
y las tristes gacelas
de amores desolados
y versos repetidos
en noches de silencio y luna clara.

Y te arrullan con suaves melodías,
y te muestran senderos transitados
por cuadros de Magritte,
y cine en blanco y negro,
y granadas abiertas,
y afectos que se enredan.

Las amapolas llegan en diciembre
un día resuelto en gris.
Y para ti ya queda,
instalada sin más, la primavera.



De Gloria, cuando Lo raro es vivir


Amapola

Te pienso
y veo el rojo terciopelo
que cubre mis pétalos
vacíos de silencio.

Te llamo
y viene a acariciar
el negro surco
de tus palabras encendidas.

Te aprendo
como influjo de vida
que rodea el polen
de mis letras rotas.

Te aguardo
y viene tu corazón
amarillo a alentar
mis sueños guardados.

Para nuestra queridísima Bel



De (*, en su particular Luna de papel


I.M.


LoS ZaPaToS De oLiVio

Para Bel, que me animó a imaginar esta historia.
Para Juan y María, los niños que la imaginaron conmigo.

Camino nuevo

Olivio observaba, como de costumbre, el mundo girar. Olivio vivía en un pueblo tan pequeño, tan pequeño, tan pequeño, que cuando descubrió que más allá de sus cuatro calles había campo, y había mares, y también carreteras, ciudades y otros pueblos, sintió de inmediato la inquieta llamada de la curiosidad. Nada le gustaba más a Olivio que observar el paisaje por la ventanilla del coche cuando, cada mañana, su madre le llevaba al colegio del pueblo vecino. Y es que el pueblo de Olivio era tan pequeño, tan pequeño, tan pequeño que ni siquiera tenía una escuela para que los niños aprendieran a leer y a contar. Mamá, ¿y por qué el mundo gira a velocidades diferentes?, preguntaba Olivio todas los días sin excepción. A lo que su madre contestaba: Hijo mío, porque en esta vida el que no corre, vuela. Y como Olivio no entendía muy bien qué quería decir, añadía siempre un "ah" y luego se fundía con el paisaje. Olivio no podía comprender por qué el mundo que más alejado se encontraba del coche avanzaba a un ritmo mucho más lento que el mundo más próximo, que no sólo era un borrón (un borrón de asfalto, un borrón de vallas, un borrón de matorrales), sino que además no avanzaba, ¡retrocedía! Olivio pensaba mucho en todas estas cosas hasta que se cansaba y se ponía a jugar a adivinar los árboles del camino. Pino, castaño, naranjo, ciprés, olivo... decía. Mamá, ¿y por qué me llamo Olivio?, preguntaba también cada mañana sin excepción. A lo que su madre contestaba: Hijo mío, porque el pueblo en el que vivimos es tan pequeño, tan pequeño, tan pequeño que el único lugar que hay para esconderse está detrás del tronco del olivo del callejón tapiado. Justo allí detrás tu padre y yo te inventamos con amor. Muchos niños han sido inventados con amor detrás del tronco del olivo, ¿sabes? Entonces Olivio volvía a decir "ah" y se fundía de nuevo con el paisaje. Tuvieron que pasar todavía unos cuantos años para que Olivio comprendiese del todo por qué el mundo estaba hecho a franjas que giraban y giraban en direcciones y a tiempos distintos y por qué en su pueblo más de uno, más de tres y más de cinco habían sido llamados con su mismo nombre.

Por cosas de mayores, según le había dicho su madre, fue durante un invierno muy frío cuando a Olivio lo sacaron de su colegio para llevarlo a otro nuevo. ¡Un colegio en la ciudad, cariño mío!, le decía ilusionada la madre al hijo. Pero éste, una vez más, no llegó a entender muy bien todo lo que su madre le explicaba y no pudo sino malhumorase porque, de la noche a la mañana, había tenido que dejar de ver a sus amigos y madrugar el doble o más que antes. Camino nuevo, camino nuevo... le decía su madre mientras aceleraba hasta llegar a 12o en la autopista. El pequeño Olivio, con la mirada empañada, no pudo ver nada durante muchos días seguidos. Pensó que se debía al cambio de velocidad.

el alma se sorprende

Tú, lector, piensas sin embargo que fueron las lágrimas las culpables. Pero tampoco. La primera mañana de febrero Olivio frotó con la manga de su jersey granate el cristal de la ventanilla. Puso cara de no entender, pero al segundo lo entendió todo: había sido el vaho translúcido el que no le había permitido seguir observando aquel nuevo mundo de carreteras de más de un carril, de fábricas de humo negro y de edificios de más de tres plantas. Olivio sonrió y pegó más que nunca su cara al húmedo cristal. Olivio quiso jugar a adivinar los árboles de aquel nuevo trayecto, pero como estaban todos pelados, sin hojas y sin flores y sin frutos, no los supo reconocer. Entonces Olivio quiso jugar a encontrar formas en las nubes. La nube pez espada, la nube enanito, la nube palmera, la nube... ¿Zapato? Del tendido eléctrico colgaba, efectivamente, un zapato. Se balanceaba al son del viento, atado como estaba a los cables por los cordones, dibujando una sonrisa de un lado a otro, de un lado a otro... A Olivio, sin embargo, no le llamó especialmente la atención y no tardó en reengancharse al juego de las nubes. La nube guitarra, la nube tetera, la nube flor... hasta que su madre le dejó en la puerta del colegio. Sólo entonces se dio cuenta de que le faltaba el calzado de su pie izquierdo y, asombrado, ¿cómo podía ser?, recordó el zapato colgante. Durante todo el día tuvo que soportar las burlas de sus compañeros y, al llegar la tarde, desangelado, montó en el coche sin decir ni mu. Su madre no tuvo tiempo de enterarse del acontecimiento porque ni siquiera le preguntó. Para sorpresa de Olivio, cuando pasó por delante del tendido eléctrico, buscó el zapato y no lo encontró. Luego se miró el pie y dijo "oooh", porque ahí estaba, bien puesto el zapato en su pie, sí, y perfectamente acordonado.

Al día siguiente, Olivio le pidió a su madre que le atara más fuerte que nunca los cordones. No sirvió de nada. Al pasar por el tendido eléctrico Olivio observó, atónito, dos zapatos reposando sobre los cables. Ay, Olivio, Olivito, que puso cara de no entender, pero al segundo... Por miedo a descubrir lo que no quería, cerró tanto los ojos que luego no recordó cómo abrirlos, y cuando salió del coche, con los párpados arrugados, sintió que algo se le mojaba: eran sus pies descalzos que se habían metido de lleno en un charco. Ji, ji, ja, ja... Cómo se reían todos de Olivio... Oh, oh, ah, ah... Cómo recuperó Olivio sus zapatos... ¡Y cuánto se agudizó su ingenio! Necesitaba más zapatos, eso pensó el niño. Y por eso, a la mañana siguiente, además de los dos que se calzó, guardó otro par, el de los domingos, en su mochila. Unos zapatos de repuesto. Y ya, lector, ya sé que lo imaginas. Olivio encontró tres zapatos en el tendido y un zapato en su mochila. Necesitaba más zapatos, siguió pensando el niño. Y por eso sumó el par de deportivas de los días de gimnasia. Y entonces fueron cinco zapatos en el tendido y un zapato en su mochila. ¿Necesitaba más zapatos? Y por si acaso se guardó las chancletas del verano. Y siete zapatos en el tendido, un zapato en su mochila y todos, como siempre, recuperados al atardecer. En apenas una semana, el tendido eléctrico quedó plagado de los más variados modelos de zapatos que Olivio, previamente, había ido recopilando. Si uno no prestaba mucha atención, si miraba de refilón, podía llegar a creerse que se trataba de unos pájaros que sentían pereza por volar. Pero no, aquello era verdaderamente un misterio. Mucho más que las franjas de mundo giratorias y que cuantos Olivios pudiesen existir por metro cuadrado. Mucho más que los árboles irreconocibles y las nubes con forma. Mucho más que todo. Aquello era toda una aventura.

almendro en flor

Con la llegada del fin de semana, Olivio compartió su secreto con sus amigos del pueblo: Olivio B., Olivio G. y Olivia, la nieta de la panadera. Fascinados como quedaron ante la narración de los hechos, todos quisieron buscar una explicación. Olivio G., que estaba acostumbrado a habitar con los duendes azules cada vez que su padre lo castigaba en la bodega sin agua pero con vino, pensó, sin duda, que seguramente ellos, los duendes, habían tenido algo que ver. Pero Olivia, que ya de niña había descubierto que las cosas que no tienen vida en realidad sí la tienen (como los bollos que hacía su abuela que tanto crecían y se hinchaban dentro del horno, o como el aceite en la sartén de freír rosquillas que siempre le sorprendía cuando menos se lo esperaba haciendo chup, chup), opinó que los zapatos podían volverse invisibles, y desatarse y atarse a su antojo, y volar hasta donde ellos quisieran, sin que uno se diese cuenta. Muy alto, matizó, muy, muy alto. Sin embargo, Olivio B., cuyos padres le habían privado desde siempre de la imaginación, aunque hizo un esfuerzo por creérselo, y casi, casi lo consiguió, finalmente no pudo sino decir que Olivio sólo estaba tomándoles el pelo, igualito que los niños de ciudad hacían con los de pueblo, y que la historia de los zapatos era un cuento de buenas noches que después había seguido soñando, primero dormido y luego despierto, y que, entonces, intentaba hacerles creer a los demás. Olivio G. le interrumpió, cansado de la insulsa palabrería de su amigo, para abandonar la idea de los duendes y apostar por los piratas del cielo que atracaban coches desde los aires. Olivio sonrió porque le gustó la idea, pero, sin embargo, lo que él pensó fue que unos magos equilibristas estaban poniendo en práctica sus trucos de magia y sus ejercicios sobre cuerda utilizando sus zapatos. Rápidamente, salvo Olivio B., que se quedó embobado mirando las piedras, todos iniciaron un viaje en alto cielo, izando las velas de su barco, pescando zapatos, realizando volteretas sobre las finas cuerdas que habían suspendido entre mástil y mástil, hasta que Olivia gritó de repente: ¡Almendro a estribor!, y todos quedaron maravillados ante el árbol sonrosado que había florecido en febrero.

Con la llegada del lunes, Olivio preparó con más ilusión que otros días su mochila de zapatos. Estaba especialmente contento. Se moría de ganas por ver a los piratas y los primeros almendros en flor de la carretera. "La primavera", escribió horas después como rótulo para el dibujo libre que la profesora les había encomendado. Con todo lujo de detalles, Olivio había dibujado la calle tapiada de su pueblo con el olivo delante del muro y con millones de Olivios sentados a su alrededor, algunos estornudando por las alergias. El muro era muy naranja, como de ladrillos, y en lo más alto, un niño descalzo observaba, sonriente, el mundo que había más allá. Más allá de las cuatro calles dibujadas delante del olivo. Más allá. Detrás del muro. Donde estaba el campo y el mar, las carreteras y los coches, las ciudades y los otros pueblos, las llanuras de almendros y los tendidos eléctricos por los que viajaba la luz, los piratas surcando el cielo guiados por los duendes azules, las alas invisibles de unos zapatos invisibles que volaban hacia los cables, los magos equilibristas retorcidos en sí mismos, rozando las nubes con forma... Más allá del muro estaba el mundo de todo lo posible, el mundo que, algunos, como Olivio B., no podían disfrutar, porque antes preferían negarlo que buscarlo para darse cuenta que era tan real como cualquier otro. Es ese mundo que gira en direcciones y a tiempos muy distintos, ese mundo en el que, descalzos, caminando mientras se vuela, uno puede disfrutar mucho más del suelo. Más allá.



De Gregorio Luri, desde su Café de Ocata

I.M.

ÁNGELES CAÍDOS

Los ángeles tardaban en caer aquella noche.
Nos sentamos sobre la superficie del mar
mirando expectantes las estrellas.
No importaba esperar.

A veces los ángeles tardan en caer, pero es raro que no chispee alguno.

Como el mar, como el presente y el deseo,
el cielo en un instante se alborota.

Parecen estrellas fugaces pero el ruido del golpe contra el suelo
y la pequeña explosión de plumones blancos los delata.

Y tullidos se levantan renqueando.

Unas veces se reencarnan entre los transeúntes
y entonces hasta en el esclavo de Admeto
puedes reconocer el sagrado perfil de Apolo,
otras, vagan informes por el mundo
hasta que se quedan sin plumas
y se vuelven completamente transparentes.
Posiblemente se desvanecen en la nada
mientras se interrogan
por el yo que hurga en su yo como en desechos
sin encontrarse nunca
e intentan aceptar
sin aspavientos la crueldad natural de las cosas. (De autor anónimo)



De Fusa, desde su increíble Show

Basta el rojo
de quizá tus labios
o quizá tus ojos
después de haber llorado
o quizá tus manos
después de alguna lucha.

Basta el olor
de una amapola
una simple e infinita
amapola.

Basta tu recuerdo
para que
de noche
en autobús
camino de cualquier parte
piense en ti y me diga
que no hace falta una tarde de sol
ni una mañana de playa
en la que el agua
nos toque los tobillos
y nos haga sonreír,
que basta con el rojo y con el olor
simple e infinito,
basta para que te piense
y te tenga a mi lado,
tan cerca que ni siquiera
puedo tocarte.



De Lobosluna en sus Palabras que queman

Amapola en octubre

Madre, no conozco una amapola,
¿cómo es?

Es dulce, hijo, y su aroma
se prende en el alma
como un arrullo cálido
en noches de invierno.

Madre, no conozco una amapola,
¿dónde vive?

En tu boca, hijo,
en tus manos apretadas
de jugosas primaveras
que aún no llegan.

Madre, no conozco una amapola,
¿a qué huele?

A las perlas que bañan
tus mejillas en la tarde
preñada de juegos
que jadeas lleno de dicha.

Madre, no conozco una amapola,
¿cómo crece?

Con silencio, hijo, con sonrisas
y palabras que se
desgranan en una aurora
solitaria, cualquier día,
cuando nadie mira.

Madre, no conozco una amapola,
¿la conoceré algún día?

Un octubre, hijo, cuando
se te hinche el pecho
de mariposas, y el alma
te tiemble un poco al decir su nombre.



Del Conde, aunque Nunca estuve en Fanzara

Es fosc l’aguait de l’univers ;
mots siderals de llum a la boca
i llurs besllums a cops son fers;
triar entre els estels sempre toca.

Delicat l’ensum de fulles closes
d’una rosella colrada de tardor,
que canta rere les nuvoloses
i foragita amb un somriure la fredor.

En un altra paralèl-la galàxia rau;
fulgurant parpelleja i dóna
l’escalf amic a ulls clucs suau,
com el músic xiu-xiu de l’ona.



De Zenyzero desde su brillante Zen y Za

Let´s do it, and I recall
springs and creeks do it
and montains and hills

Let's fall in love
like high seas upon
the shore, upon the rocks

Let´s play loving
like music talks
like moon, like sun

Let's wonder why
some fools sleep
without doing it

Tears do it, and laugh
and pain, and rain,
Let´s do it Bel.



Del poeta Antonio Manuel Fernández Morala

LAS AMAPOLAS.

Las amapolas no nacen entre los trigos, sino que

los trigos nacen entre las amapolas.

Esta cosilla está dedicada, (y es suya), a Isabel M.



Ya he hablado en otras ocasiones de las muestras de amistad de Montse G. Juárez, de su Cuaderno de poesía y de sus blogs, pero hoy quería recordar aquí el regalo que me hizo un día que las Amapolas necesitaban una sonrisa. Os aseguro que no tiene desperdicio.





Como tampoco lo tiene el que otra vez me recomendó la Princesa de hojalata, dice ella, aunque yo la veo dorada:





Y ahora, que en todos los campos han florecido, es el momento de que éstas se retiren con una gran sonrisa y mi agradecimiento de nuevo hasta... ¿octubre? tal vez, aunque no sé si podrán resistir tanto tiempo sin vosotros.